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miércoles, 10 de agosto de 2011

Boa sorte.

Mecía entre sus delgados dedos la moneda que recogió entre la piedra y la arena. Lo último que recuerda es su pelo ondeado por el viento jugando a entorpecer su visión. Era una hora cualquiera de la tarde, acercándose más a la noche que al día y recuerda ver su corazón galopar hasta lo más alto de aquellos espigones.
Las palabras fueron perdigones de fuego que se consumían en la mar mientras ella veía marchar aquél barco. Ahora sus ojos arden, atravesando recuerdos deja caer la moneda, que bajo las lenguas de las pequeñas olas del mar dejaba enterrar su cuerpo.



Ese olor a trigo, miel y su perfume. Esa tarde de hora cualquiera. Tu cobardía ahora sigues llorando.


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