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sábado, 29 de agosto de 2015

Asciendo a las raices.

La dulce sospecha del vientre que espera en llamas. La vertiente que la discordia crea, ríos con la furia de los mares. El templo que anhela su propia estatua griega, por fuera tan bello, en su interior un intento de excelsa presencia divina, vacuo en sus cavidades. La fuerza del despecho, el repentino despegue del infierno, tan visitado y presente que no creemos arder, somos vaho, polvo, nada.
Las horas pasan desconocidas, los versos apagados y las presencias sólo son algo, no alguien.


Titanes arrojan sus despojos, los sollozos de sus propias bocas envueltas en ceniza. Nacen las miradas en su camino de lava, crean tierra y parásitos. La tierra acaba enmudeciendo, se niega a aceptar que aun tan llena de hermosura y cincelada en abundacia, su existencia se deba para sustentar a otros.
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El orgullo es tan solo un prejuicio. Y el prejuicio un orgullo.

1 comentario:

Eme dijo...

Bello aunque triste.

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