Todos queremos ser como Hanna, pelo al viento, mirada tierna, cuerpo suelto.
Todos queremos ser como Hanna, bajita, rechoncha, ojos almendra, con ganas de comerse a las grandes multinacionales que creen que un escritor es aquél que se dedica a suscitar vida a párrafos vomitados por personalidades de la moda.
Todos queremos ser Hanna y tener a Adam, un niño gigante con bigote que nos estreche entre sus brazos, que apoye su enorme cabezota en nuestro pecho y nos haga sentirnos prófugos del presente.
Valiente, indecisa, amante del saber e ignorante.
Hanna no querría ser nosotros, tan insustanciales, tan conformistas, sin quemaduras, sin inquietudes.
El universo me lee los labios. Yo susurro y el me envuelve en manto.
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