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martes, 24 de enero de 2012

Encuentro bélico.



Recuerdo los anhelos de pasiones escondidas que acallabas con cada pestañeo. Y enfrento día a día las posibilidades de un descuento a mi coraza, pero por dos pasos que avanzamos juntos, rechazas el camino al igual que un rey a un vástago.
Los entreceños bien fruncidos y los pies bien clavados al otro lado del camino. Acostumbramos a no derramar más que el tiempo. Recorremos azorados nuestros cuentos.
Y sí, es cierto, que esta realidad incierta no concede tregua, pero los senderos se abren con paciencia.
Por cada gesto una canción, dos pellizcos al corazón y dejamos la sal a gusto de cada uno.
Para variar quiero acción y dejar la paz para los que se hallan cansados tras sus guerras.
'' Eres la mariposa que bate sus alas a miles de kilómetros y provoca un tornado al otro lado del mundo. ''

Como el niño serio y triste al que acogen las esquinas.
Fingimos por negocio.

Un puñado de escenas que se repiten fotograma tras fotograma que hacen nacer aperturas en mis tardes anímicas.

miércoles, 11 de enero de 2012

Menesteres visuales.



Recordaba, cómo la maravillosa hebra de su mente entraba en contacto con la pasión en días de sol, con motivos florales en todo paisaje, que parecían dibujados para él. Como cada mañana , Carlos aprovechaba la claridad para apaciguar su curiosidad por el garbo y las gracias de la mujer que todo hombre de 8 años debe satisfacer.
Su candidata favorita era Elena, una chica moza de rosados pómulos y un buen busto dónde cualquier joven elegiría echar la siesta. Tan sólo unos pequeños brincos y la fuerza de sus brazos para equilibrar su posición y podía contemplar aquella hermosa imagen, el reflejo del rollizo cuerpo de la joven en el espejo de madera y unos tirabuzones que jugaban a esconder sus prominentes mamas, aunque dejando entrever sus bordes sonrosados.
Aquella mañana, el gato de Elena se levantó menos perezoso de lo acostumbrado, y retozón propinó a Carlos un sobresalto de lo más inesperado.

Claramente el estruendo de la calle llegó hasta los oídos de Elena, que alborotada y azorada no regaló ni un segundo más ante el espejo.


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